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Miscelánea Caro / Daniel Pérez

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Tabernáculo de la memoria en “Miscelánea Caro”

El presente está compuesto de memoria, pues cada parte de un proceso activo se construye basado en referencias. Sin ellas el mundo desaparece y pierde sentido. Es la ordenación de tales detalles lo que permite que un marco de referencias entero sea concebido como un todo organizado por particularidades que, para la mirada atenta, aún pueden componer un aura, al menos personal. El recuerdo suele hacer ese trabajo, completando los vacíos de la memoria con sensaciones anímicas que invierten la objetualización de los sucesos. Y, quien trabaja con la fotografía sabe que en el momento mismo del enfoque, la imagen que está a punto de ser capturada ya se escapa, ya ha dejado de ser. Antes, cuando era necesario esperar todo el proceso de revelado del negativo, aquello que aparecía en el futuro sorprendía respecto a la remembranza que se tenía del instante. Hoy, con la fotografía digital, lo anterior no ha desaparecido como se podría pensar, sino que se ha hecho más preciso: a observar la imagen bidimensional capturada en la pantalla de la cámara, los detalles imprevistos sorprenden, porque unos segundos antes parecían no estar ahí. Y es que las imágenes son fetiches de la memoria, pues hacen que finquemos nuestras expectativas en ellas, lo cual permite que las percibamos modificadas por nuestro ánimo. “Miscelánea Caro” es un ejemplo vívido de esto, logrado desde una narrativa visual compuesta de momentos y objetos: una mezcla entre recuerdo y dosificación del presente. Y si el vehículo de Daniel Pérez es la constatación de lo entrañable, y de aquello que se sabe que va a mutar hasta desaparecer, hay en ese acto de espera la construcción paulatina de una suerte de tabernáculo personal. Así, el acercamiento fotográfico a distintas representaciones de su abuela puede ser concebido como un acto de sacralización, desde los encuadres o las iluminaciones, hasta la selección de objetos o espacios habitados. Cada uno de esos retratos, directos o indirectos, constituyen una mitología del afecto que, paradójicamente, se intuye ya deteriorado por la ausencia. Cuando en el célebre ensayo “Saturno y la melancolía”, Klibansky, Panofsky y Saxl hablan del famoso grabado de Durero, asientan: “Los ojos de Melancolía miran al reino de lo invisible con la misma intensidad con que su mano hace lo impalpable”. Me parece que las sombras o iluminaciones encontradas mediante la cámara en “Misacelánea Caro” pueden estar reveladas con una emoción similar.

[César Cortés Vega / curaduría]

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